Agustín Rossi debió elegir. Ante la inminencia del cierre de las listas se presentó la disyuntiva que marcará los años subsiguientes. Ante él se abrieron las posibilidades y fue su estricta voluntad la que definió el asunto. Tuvo ante sí la confrontación de la coherencia militante ante el oportunismo más rancio. Eligió lo segundo, seducido por el caudal de votos que ofrece José Freyre. El respaldo de Venado Tuerto, distrito fundamental, se mostraba como un elemento demasiado tentador como para despreciarlo. La situación, sin embargo, ameritaba quiebres de cintura. Era posible, desde la posición de ‘candidato a gobernador con mayor fuerza’, forzar un reconocimiento a la militancia. La voluntad de Rossi bien podía dejar sentado su respaldo a los muchos militantes que lo sostuvieron durante largos y vertiginosos años, sin que esto represente perder de vista la negociación con el intendente venadense.
La ecuación votos más militancia era controvertida, pero no imposible. El empecinamiento de Freyre en oponerse a los sectores –desde siempre- rossistas, podía ser resuelto en el tire y afloje de las conversaciones. Uno necesitaba del otro, sin lugar a dudas. Rossi para contar con los votos aportados por uno de los distritos más importantes de la provincia. Freyre para garantizarse el alineamiento con la Casa Rosada y un futuro lugar de comodidad en el caso del triunfo provincial. Ese factor fue el que tuvo el peso determinante para que, luego de los titubeos acostumbrados, el intendente local se decidiera por Rossi y abandonara así, a último minuto y en el medio del mar, a Rafael Bielsa. El ex canciller, evidentemente, quedó debilitado. Rossi logró arrastrarle a uno de los últimos centros neurálgicos que le quedaban. Sus perspectivas no son del todo alentadoras. De todos modos, la solución de los acontecimientos llegará más tarde.
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Lo que entró en colisión este lunes, sin espacio para vacilaciones, fue la militancia de larga data contra el oportunismo electoral. Rossi eligió lo segundo, cortándose a sí mismo los pies. El proyecto es netamente cortoplacista. José Freyre está lejos de ser un comprometido con el Proyecto Nacional. No lo defendió en los momentos más álgidos y amagó más de una vez en pasarse a las filas del Peronismo Federal. Su conformación ideológica no se compadece, tampoco, con el discurso emanado de la Casa Rosada. Lejos está de enfrentar dialécticamente a las corporaciones o poner sobre el tapete los grandes temas que hacen a la problemática económica del país, y que tienen en nuestra región, un punto de singular importancia. Fue silencioso respecto al trabajo esclavo descubierto a la vuelta de la esquina, mientras se anunciaba que fue un adelanto de las cerealeras lo que le permitió tener al día el municipio. Quizás el silencio fue un gesto de agradecimiento. Un agradecimiento que no se corresponde con la dirección imprimida al Proyecto Nacional. Tampoco se lo oyó demasiado en sus opiniones acerca de la Ley de Entidades Financieras o alguno de los otros grandes debates que se plantean en temas de contradicción certera y material. Su ambigüedad es marca registrada. Sus colocaciones en el conflicto agropecuario no satisficieron a nadie. Más bien dejaron dudas. Y algunas certezas: la certeza de que la claridad no es uno de sus fuertes.
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Nuevamente José Freyre recurrió al método del juego solapado y la acechanza difidente. Temeroso por compartir el liderazgo, fue excluyendo a los cuadros más formados de sus alrededores. De ese modo, le privó el ingreso a la lista a Víctor Ubaltón –cuadro valioso e indiscutible si los hay- en las últimas elecciones legislativas. A última hora, entre gallos y medianoche, lo borró de la lista sin aviso. Entonces privilegió la tecnicidad de sus allegados a la larga militancia de un hombre comprometido desde el primer momento con la causa nacional. Ahora, nuevamente vuelve a cometer el mismo improperio. No le costó demasiado quitarse la camiseta bielsista y pasarse a las filas del rossismo. Sin demasiado escozor cambio de vereda y firmó. Con esa firma oportunista volvió a olvidarse de la militancia. La seguridad de mantener el municipio y prologar sus posibilidades en un marco de tranquilidad con la provincia, pesaron más en su estima que el largo trabajo de la militancia rossista, mantenido a duras penas y contra vientos y mareas. Agustín Rossi debería conocer esta situación, y debería haberla hecho pesar a la hora de las decisiones. A fin de cuentas, era su venia la determinante. Con su respaldo a Freyre, Rossi gana votos, se refuerza para las elecciones, pero pierde toda la construcción militante, de apoyo sincero e ideológicamente comprometido. Su perspectiva política acaba en 4 años. Y otra vez será hora de negociaciones. Quedo al margen todo su discurso militante, sus proclamas de barricada. La militancia no tuvo la importancia que se merecía. Optó por ganar. Ahora deberá observar de qué manera reconstruye lo perdido.
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La decisión de Rossi, pese a todo, no carece de lógica. Pensado en términos estratégicos, la obtención de la provincia de Santa Fe es un hecho importantísimo para llegar a las generales de octubre. Tener una de las provincias más importantes, punto nodal de la fuerza agroconservadora, representa una gol al primer minuto. En ese contexto, hay que ganar Santa Fe para fortalecer a Cristina, y si la continuación del Proyecto Nacional, con la conducción de la presidenta, es lo principal, hay que ganar como sea.
He ahí la explicación racional de la negociación política. Pero siempre esas tranzas dejan resquicios por donde uno puede colar sus principios ideológicos y comenzar a ejercer la fuerza que cambie las reglas de juego. Ese resquicio, para Rossi, era el reconocimiento al trabajo de tantos compañeros que estuvieron a su lado en los momentos más duros, mientras el intendente, al que ahora respalda, miraba hacia el cielo y silbaba una zamba. Hasta por simple pudor pudo hacerlo. Pero no. Prefirió los votos y mandó a la desgracia el trabajo militante. Triunfó la ‘nueva política’. Nada de eso que desde el discurso oficial tanto se elogia y se intenta promover. Hubo rosca y de las más pestilente.
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Agustín Rossi encarna uno de los ejes progresistas del kirchnerismo. Su victoria en la provincia es una garantía para que el Proyecto Nacional pueda ser profundizado y no quede estancado en las limitaciones que le imponen ciertos sectores que en su interior conviven. La contradicción interna del kirchnerismo, después del fallecimiento de Néstor, puede resolverse hacia una profundización progresista, o puede volcarse en los elementos tradicionalistas y partidocráticos que pretenden estancar las cosas en un bienestar macroeconómico y alguna reivindicación de tipo simbólica. La presencia de Rossi permite pensar en la posibilidad primera. Sin embargo, es diferente si esa presencia se concreta a costa de la militancia; si para llegar a la provincia, Agustín Rossi, prescinde de sus cuadros militantes más progresistas y se respalda en las relaciones oportunistas que el pejotismo conservador le exige.
La primera decisión tomada fue en ese vórtice electoralista. El oportunismo de Freyre lo coloca muy bien. Es quizás quien más sale ganando, ya que no necesita tanto de la militancia ideológica –de la que carece- y se abre camino hacia el ascenso político. Rossi rompió con sus bases en un distrito importante. Es responsabilidad suya –y de su habilidad política- reconstruir lo destrozado.
Lucas Paulinovich
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