"Ludmila, yo veo en tus ojos y veo como un ancho mar..."
Luis Alberto Spinetta
Esa de arriba es ella, preciosa siempre, mutante, pura sonrisa y llantos. Mi bebé-adolescente-mujer, ciclotímica como la madre.
El día que ella llegó a este mundo yo tenía 22 años y entraba por segunda vez, orgullosa de mi panza y doblada por el dolor de las contracciones, a una sala de partos. Ser mamá joven ha sido casi mi vocación. Mis enanos siempre fueron mi debilidad. Y por mucho que me han dicho y que he pasado, nunca me arrepentí de haberme criado, practicamente, junto a ellos.
Me sentía feliz pese a los dolores, estaba protegida y rodeada de seres queridos. Tenía esa extraña sensación de plenitud que hace que luego nos olvidemos de cuanto duele y de que por dentro, en lo más secreto, nos juramos una y mil veces que no volveremos a estar en una situación así.
Había llegado el momento, después de la clásica espera, ELLA estaba a punto de salir al mundo exterior, de abandonar mi cuerpo.No había ecografías que lo certificaran pero mi corazón tenía la certeza de que era un niña. Su nombre ya estaba decidido; sería: LUDMILA.
Los recuerdos se hacen vagos 19 años después. Era de madrugada y tras el ventanal se oían las gotas de la lluvia que había comenzado casi al mismo tiempo que el trabajo de parto.
Me tuvo 5 horas con los peores dolores de parto de mi vida para después nacer en 2 segundos y traer junto al alivio la carita más preciosa que haya visto en un recién nacido.
La escena es la misma en todos los sitios donde una mujer da a luz. Pero para cada una es un momento único, simplemente eso, nos sentimos únicas dando a luz hijos como los de nadie y haciéndolo de una forma en que ninguna mujer sería capaz de hacerlo. Brillamos con el brillo y la fuerza que nos da el privilegio de sentir que nuestro cuerpo se desdobla y da vida.
Y entonces: su llanto. Y el mío.
Ya no era parte de mi cuerpo, era otro cuerpecito pequeñito, tibio, latente; que recostaban sobre mi pecho, aún ensangrentada y envuelta en una capa húmeda y pegajosa. Por un instante más fuimos una, y al mismo tiempo declaramos sin palabras que desde ese momento seriamos dos; a pesar de que nuestros latidos y nuestras lágrimas se confundieron.
Era hermosa. ES hermosa.
Pasaron 19 años y aquí estamos. Aún lloramos juntas. Aún pasamos dolores. Aún somos dos y somos una en ocasiones. En mis noches, que son muchas, es una de las estrellas que brilla con más poder.
Así vive, tal como nació, me saca de las casillas por horas, se enoja, grita, llora, reniega de sus hermanos y de la vida; para después en un segundo sacar el corazón más grande y la lucidez más maravillosa que he conocido, incluso para resolver problemas que más de una vez me derrumban a mí misma.
Ludmila es transparente, encabronadamente sincera, leal, buena gente, con rabietas que ni ella puede creer cuando se le pasan; pero por sobre todo es una niña-mujer de una sola palabra, sin dobleces y a quien nunca nadie podrá comprar con conveniencias ni materialismos.
Ella es mi nena-mujer hermosa, la que me deja sin palabras, la que llora conmigo y la que seca mis lágrimas; la que insulta y la que dice las palabras de amor que más conmueven, la que cuenta todo pidiendo consejos y la que es capáz de aconsejar a su madre y a quien se le atraviece.
Esta es ella y yo la amo, incondicionalmente y por siempre.
¡¡¡Feliz cumpleaños, Lud!!!