Una emprende un viaje, siempre con mucha organización previa, alguna complicación, y sobre todo una sobredosis de expectativas. Así fue como el miércoles 29 por la noche salía rumbo a Chapadmalal a mi 1° Encuentro de Promotores Territoriales, el 2° a nivel nacional organizado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Entre gente amiga y compañeros que conocería a lo largo de 4 días, una viaja con la secreta esperanza de encontrar nuevas experiencias, compañeros con vivencias diferentes pero en el fondo similares. Una ansía ser parte de un inmenso cúmulo de sueños que nos impulsen a seguir luchando en pos de este proyecto nacional y popular. Una lleva todo eso y mucho más.
Lo maravilloso es que llegar a Chapadmalal hace que instantáneamente todas esas expectativas queden chicas. Somos tantos, somos tan distintos y tan iguales a la vez, vivimos cosas que no se parecen en absoluto pero que se complementan a la perfección. Casi todos poseían cosas de las que carezco profundamente pero esos mismos se me acercaban para decirme que les interesaba lo que había compartido porque ellos no habían llegado a ciertas experiencias que nosotros sí.
Somos miles, somos la Argentina misma, somos cada una de sus provincias, somos como pequeñas hormigas que trabajan silenciosas en sitios que muy pocos ven, pero que así, de a poquito, vamos construyendo las bases, los cimientos de una gran red de trabajo social y militante imposible de imaginar para gran parte de los que nos rodean.
Somos militantes. Lo que ahora hacemos bajo un título (del que todavía no comprendo bien muchas cosas), lo venimos haciendo hace años, motivados pura y exclusivamente por la pasión y las certezas que nos mueven a comprometernos cada día más con este proyecto; sencillamente porque es el que soñamos por años.
Chapadmalal fue, por 4 días, un hermoso y acogedor hormiguero, donde sabias hormigas no dejaron de retroalimentarse con el afecto que une a los que luchan sin esperar más recompensa que un futuro mejor para todos.
Lo malo de estas experiencias que nos superan es que siempre resultan demasiado breves. Y una debe regresar. Regresar cada quien a su sitio, retomar el gran trabajo pequeñito que hace día a día. Regresar a los suyos y a lo suyo. Regresar... siendo otra a pesar de ser la misma. Imposible no sentirse transformada aunque sea un poco después de esos días.
Y se vuelve otra vez a las complicaciones de haber dejado todo para sumergirse en la pasión de la militancia, en el enriquecimiento del conocer al hermano lejano. Se vuelve a los apurones, a los trabajos aplazados. Y en medio Correa y el Golpe de Estado que afortunadamente se frustró. Y luego los amigos que quedan en otros sitios y con ellos un pedacito de corazón. Y más tarde una se va acomodando lentamente. Pero todo sigue, y llega otro día en que se recuerda el nacimiento del General y otro más en que recordamos como nos arrebataron cobardemente al Che.
Todo sigue su curso tan vertiginosamente que una se pregunta si no será menester parar un poco, tirarse al sol, pensar, hacer un balance y descubrir que pase lo que pase de aquí en más, una ha ganado algo que nadie ve pero que está ahí, en lo profundo del corazón. Es necesario detenerse y examinar todo eso que una se trajo de Chapadmalal. Es fundamental no dejar que la rutina y el vértigo se lleven la mejor parte, la del disfrute de lo recibido gratuitamente y por pura fortuna de estar parada del lado en que una se ha ubicado con total convicción.
Por todo eso, esta noche, y pasados ya tantos días del regreso he decidido escribir este post. Porque descubrí que todos los militantes deberíamos pasar por momentos así mucho más seguido. Juntarnos es hacernos uno. Reunirnos, conocernos, mirarnos a los ojos nos confirma quienes somos y por qué estamos donde estamos. Cada abrazo, cada beso, cada gesto compañero nos envuelve en esa identidad que nos hemos ganado a pura lucha.
Ser un gran pueblo no es tan difícil como imaginamos, solo es necesario saberse parte de un único cuerpo, iguales los unos a los otros, valiosos y necesarios sin excepción. Pero para eso tenemos que sentir la necesidad del compañero, conocerlo, hacerlo parte de nosotros mismos. Si logramos esto, entonces sí, jamás seremos vencidos.
Y entre tanto pensamiento, con una sonrisa que tantas manos dibujaron en mi cara, me acuesto esperando despertar para saber que nuestras Abuelas ganaron el Nobel de la Paz.
Felices sueños, compañeros.
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