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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Flaco, yo no estaba preparada para esto. Sabelo.


Una no se levanta un día feriado, después de poner el despertador a las 8 de la mañana, con alegría esperando recibir al censista...   para esto.

Una no prepara un mate que hace años que no prepara por la maldita adicción al café, costumbre de noches trasnochadas de laburo... para esto.

Una no se sienta frente a la compu y empieza a escribir boludeces con los compañeros que planean las mismas tonterías: la foto con el censista, tratarlo como un laburante y no como un delicuente después de la campaña de los gorilas de siempre, contar si compramos facturas o galletitas... para esto.

Una, que ya pasó una semana y todavía sigue llorando, no estaba preparada para leer lo escrito en un muro compañero, apenas pasaditas las 9.30. Tanto no estaba preparada que por instinto copió y pegó, para después borrarlo, al instante. Inocente negación de que la compañera estuviera equivocada. Rabioso deseo de que por borrarlo del muro no fuera cierto. 

Una nunca va a estar preparada para terminar de creer que las dos bombas que se escucharon desde la calle eran por la noticia. A pesar de todo, y de los años sufridos en este pozo gorila, una sigue negándose a darle entidad a los miserables que festejan la muerte, gusanos que solo pueden supurar odio sin pensar siquiera que detrás de todo esto hay seres humanos.

Entonces comenzaron a sonar los teléfonos, aunque no hubo conversaciones, solo llanto; llanto de compañeros y compañeras que sonaban como niños abandonados, porque en el fondo de todas las verdades esta era la más clara, la más real, la que salía desde las entrañas. Y sonó el timbre, y una respondió llorando las preguntas que hacía la censista. Y en medio de esto el timbre sonó una vez más y eran dos compañeros que venían para llorar juntos, para el abrazo necesario, para no sentirse tan perdidos y solos, y entonces sentirnos perdidos pero acompañados.

Un día se hace eterno cuando la vida duele tanto, cuando la orfandad nos asalta sin aviso una vez más. Ese miércoles lo fue.

En medio de tanto dolor surgieron voces inesperadas que llamaban o escribían sabiendo de nuestro duelo, de lo profundo y sincero de nuestro luto, de las lágrimas y la tristeza llevándose las horas sin que una entienda si lo que estaba pasando era pesadilla o realidad.

Y no lo dudamos, había que estar allá, despedir a nuestro líder, abrazar a los cumpas lejanos, darle nuestro grito de amor a nuestra Presidenta. Gritar por la consternación y la rabia, de la que tanto supo Benedetti, hasta quedar sin voz. Gritar para que nos escuchen los que brindaban con champagne, para que nos escuchen los que celebraban nuestro dolor. Pero sobre todo, gritar para escucharnos entre nosotros; y entre grito y grito ir sanando una herida que sangraba como nunca imaginamos que sangraría.

Una no estaba preparada un 27 de octubre para tanto dolor, como no lo estaba al día siguiente para tanta tristeza macerada en el amor más puro. Una no estaba preparada para ser parte de una jornada histórica a costa de tu vida.

Una no estaba, no está, ni estará por mucho tiempo preparada para esto, Flaco. ¿Cómo pudiste?

El día que sienta que mis pies vuelven a la tierra, el día que despierte y no sienta que todo fue una pesadilla, el día que ya no llore por tu pérdida... ese día escribiré sobre tu muerte. Antes no.

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