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lunes, 31 de agosto de 2009

El silencio de los buenos - por Cristina Rosolio



"No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos..."
Martin Luther King


Cuando mis entrañas me permiten pizpear algunos de los medios de la oposición - tanto locales como nacionales, televisivos como radiales o gráficos- publicando en cadena nacional el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos y de los sin ética, me preocupa, al igual que le preocupaba a Martin Luther King, el silencio de los buenos.

Siento una tremenda misericordia por los buenos que por ignorancia, por no querer meterse o por indolencia nomás, se tragan el verso destituyente que estos forajidos que son dueños de medios opositores -junto a sus serviles cronistas- arman para llevar la molienda a su costal.

Esto de mostrarse como lo que son: socios rastreros, siniestros divulgadores del verso que les diseña la latosa Mesa de Desenlace, con tal de seguir mordiendo la parte del león de la torta publicitaria que les tiran, es decadente. Y lo embromado es que encima descalifica científicamente al lector, al oyente o al televidente bombardeado a coro con ficciones, esterilizado e incapacitado para discernir la verdad en medio de tanta bazofia informativa.

Periodistas que alguna vez fueron respetados y admirados, hasta tomados como un modelo de profesionalidad, cayeron en la impudicia de mostrar las tinieblas de sus infelices almas, vendidas al grosero precio de un no menos grosero sueldo, o lo que es más desafortunado, de un arrumaco en el lomo –cuando no en las posaderas- en casos mucho menos prósperos.

Tal vez sea necesario hacer pegatinas en las fachadas de cada uno de los medios de la oposición -para que sus periodistas no olviden lo que deben ser- el dodecálogo del periodista que elaboró Camilo José Cela allá lejos y hace tiempo, en donde sugiere que para dignificar su profesión, se debería:

I. Decir lo que acontece, no lo que quisiera que aconteciese o lo que imagina que aconteció.

II. Decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable.

III. Ser tan objetivo como un espejo plano; la manipulación y aún la mera visión especular y deliberadamente monstruosa de la imagen, o la idea expresada con la palabra, cabe no más que a la literatura y jamás al periodismo.

IV. Callar antes que deformar. El periodismo no es ni el carnaval, ni la cámara de los horrores, ni el museo de figuras de cera.

V. Ser independiente en su criterio y no entrar en el juego político inmediato.

VI. Aspirar al entendimiento intelectual y no al presentimiento visceral de los sucesos y las situaciones.

VII. Funcionar acorde con su empresa -quiere decirse con la línea editorial- ya que un diario ha de ser una unidad de conducta y de expresión y no una suma de parcialidades. En el supuesto de que la coincidencia de criterios fuera insalvable, ha de buscar trabajo en otro lugar ya que ni la traición (a sí mismo, fingiendo, o a la empresa, mintiendo), ni la conspiración, ni la sublevación, ni el golpe de estado son armas admisibles. En cualquier caso, recuérdese que para exponer toda la baraja de posibles puntos de vista ya están las columnas y los artículos firmados. Y no quisiera seguir adelante -dicho sea al margen de los mandamientos- sin expresar mi dolor por el creciente olvido en el que, salvo excepciones de todos conocidas y por todos celebradas, están cayendo los artículos literarios y de pensamiento no político en el periodismo actual.

VIII. Resistir toda suerte de presiones: morales, sociales, religiosas, políticas, familiares, económicas, sindicales, etc., incluidas las de la propia empresa. (Este mandamiento debe relacionarse y complementarse con el anterior.)

IX. Recordar en todo momento que el periodista no es el eje de nada sino el eco de todo.

X. Huir de la voz propia y escribir siempre con la máxima sencillez y corrección posible, y un total respeto a la lengua.

XI. Conservar el más firme y honesto orgullo profesional a todo trance y, manteniendo siempre los debidos respetos, no inclinarse ante nadie.

XII. No ensayar la delación, ni dar pábulo a la murmuración ni ejercitar jamás la adulación: al delator se le paga con desprecio y con la calderilla del fondo de reptiles; al murmurador se le acaba cayendo la lengua, y al adulador se le premia con una cicatera y despectiva palmadita en la espalda.


No soy periodista, apenas si soy profesora de Literatura, pero me siento capacitada para encontrar justicia y verdad en una producción periodística. Ergo, no necesito de esa clase de misericordia que se le podría tener a quien practica la indolencia o el no te metas. Ergo: no formo fila detrás del silencio de los buenos. Ignoro cómo hacer esa clase de silencio, a Dios gracias.

Cristina Rosolio

Nota del blog: ¡Gracias Cristina por decir en un medio lo que tantos intentamos decir día a día desde el lugar que nos toca en suerte!

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